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Andrés Calamaro: el príncipe bohemio

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Tatraviesan, a paso de Almirante, o sea, de ron barato de Mercadona, la Gran Vía primero, la Plaza de España después, y la calle Princesa casi hasta el final, por donde el Rodilla y la tienda de cigarrillos terapéuticos, donde J, alguna vez, cree haber visto a Al Pacino. Los relojes marcan las siete y pico y, como los osos kodiak de Alaska, cuando se sitúan en la orilla de los limpios ríos del norte de Norteamérica para capturar salmones, TJ, en mitad de la acera, ultiman la última jugada para con las féminas, en forma de os venís a nuestra casa a tomar unos chupitos, y estas que les responden con indiferencia, con desprecio o, lo peor de todo, hasta con educación, porque a estas últimas no les pueden gritar, nobleza les impide, “zorras”. No hay éxito en la noche, TJ se despiden, y este último que sube a casa, mea, marcha a su habitación, se desabrocha la camisa, y se topa con Bohemio, el último disco de Andrés CalamaroJ no tiene sueño, si la noche es joven, el día, a esas horas, es una adolescente a quien la biología la inicia en la pubertad. J cambia el dormitorio por la cocina, porque un disco que se llame Bohemio, dice, hay que escucharlo con pose, adecuando el ecosistema, más siendo de Calamaro, toda una autoridad.

Así, se sirve una copa de vino tinto, regresa al dormitorio, enciende el ordenador, se pone Bohemio, y se inicia la introspección, se sumerge en los acordes de la guitarra acústica de “Belgrano”. Se acuerda de los inicios brutales/cañeros de los discos de estudio del argentino: “Alta suciedad”, en Alta suciedad; “El día de la mujer mundial”, en Honestidad brutal; “Out put – In put” en El salmón; “Los chicos”, en La lengua popular; “Barcos” en On the rock, más flamenca, más Niño Josele, más Diego El Cigala, sí, pero con fuerza. Y no es que “Belgrano“, piensa J, sea una canción no-potente: un apretón de manos puede ser muy fuerte, pero los puñetazos son otra cosa. Bohemio arranca cordial, amistoso, porque la canción es para el difunto SpinettaEl discurso arranca fluyendo, pero sin huracán o tornado. “Gracias por la amistad y por la genialidad”. Calamaro, terror de “tweetys”, como él dice, valorando a los amigos de carne y hueso, aquellos que están y que no están. Y suena la armónica, y la canción acaba haciendo referencia al pájaro cantor que echó a volar, y se fija en la pareja de gorriones que trinan en el patio interior del edificio en el que vive. “Belgrano” ha sido un masaje terapéutico y, a la vez, agarra a J del cuello y lo sumerge en un disco.

Suena el ‘track 02′, “Cuando no estás”ya la conocía, por el hecho de ser el ‘single’ de Bohemio. Hace unas semanas le cogió tirria a la canción, por la rima fácil “mundo/segundo”. La tirria caducó, como los yogures de Cañete: sabe que está ante un tema que calará en el repertorio del artista porteño. “Cuando no estás la casa vacía pregunta ‘cuándo volverás’ y escribo versos un poco crueles conmigo, cuando no estás, estoy esperando que vuelvas”. Sin demasiada dificultad, J se imagina a veinte mil almas cantando “lololo” en la parte instrumental de la canción. Continúa la introspección, el intimismo, la confesión y el arrepentimiento en “Tantas veces”: “Perdón vida de mi vida, perdón si es que te he faltado”. Calamaro no se cansa de pedir perdón en sus canciones y domina el género de la disculpa, si es que el género existe. “Dicen que cuando hay amor no hace falta pedir perdón, pero yo ya pedí perdón tantas veces”. J se acuerda de las canciones más ‘dylanianas’ de Honestidad brutal, como “Me pierdo” o “Ansia en Plaza Francia”. “Calamaro lo ha vuelto a conseguir“, piensa, justo antes de que arranque, con potencia, esta vez sí, a la cuarta va la vencida, “Rehenes“: “Vayamos pintados con sangre de los dos siempre, siempre”. A le gusta especialmente esta canción, y Calamaro que recurre, de nuevo, a esos cinco minutos más por los que mataría.

J se sirve otra copa de vino.

“De momento me queda mucho por hacer porque nacimos para correr”. A veces, la vista es más rápida que el cerebro, no digamos ya si hay horas de insomnio y copas de por medio. A J le parece haber leído “Nacidos para perder”, canción de Sabina incluida en El hombre del traje gris. No, no. Calamaro va por su cuenta, continúa su discurso de poeta (¿maldito?) en una canción que recuerda, esto sí, a las baladas agridulces de Ariel Rot, excompañero de escenario de cuando Los Rodríguez. “Me queda mucho por hacer”. Parece, con el estribillo, que Calamaro se rebele contra aquellos que le han mordido alguna vez, musicalmente, el cuello; contra aquellos que lo dieron por muerto; contra aquellos que lo consideraron un artista acabado. El tema homónimo, “Bohemio”. “Bohemio es el asombro de encontrarle sentido a las cosas; bohemio es el deseo, y a destiempo, también es necesidad”. Este último, piensa J, es un verso cojonudo. ¿Qué es lo bohemio? ¿Quién es el bohemio? En este bolero rebelde se hallan los doscientos millones de respuestas posibles. “Permite que me incline ante tu sombra cuando un cántaro se rompa, libertad”. Qué delicia de piano, y J se va a mear, mientras el Sol sigue saliendo, las calles se llenan de peatones, el kiosquero de la ONCE abre su puesto, y Calamaro canta “Plástico fino”. “Buen día problemas que me van a separar del mundo, buen día extraños asuntos de nariz y garganta”. sonríe y tose. El bohemio canta al nuevo día con cierto optimismo -”el futuro es posible como somos”- y con nostalgia radiofuturesca -”extraño todo el tiempo tu tacto divino”-. Esta también es de las que calan, se habla solo y en voz alta el J. “Prefiero la mañana cuando no he dormido”. discrepa.

En “Inexplicable“, Calamaro dice que es un “bohemio de postín” y hace referencias a las corridas de toros. Horas antes, T le propuso a J ir a alguna faena a Las Ventas. J se acuerda de cuando, en la infancia, tildaba de asesinos a los toreros, y se compara con el (¿nuevo?) J al que han hecho protaurino los antitaurinos. ”Para qué querer a nadie más”. Pues eso. ”Dentro de una canción” es un canto al oficio, J no sabe si es una metacanción, como el “Gracias canción” de Javier Krahe. Calamaro dice que solo sabe que va a vivir dentro de una canción: habla con propiedad, y lo saben todos sus admiradores, esos que a sus hijos los bautizan como “Paloma” o como “Andrés”. Dentro de una canción, pero también fuera…. está la vida. Agoniza la copa y se acaba el disco con “Doce pasos”, canción con gracia, con ironía, country-rock en el que se dice “no sé si tengo lo que quiero”, como en “Donde manda marinero”. Final feliz de un muy buen disco, piensa J, un trabajo con un discurso marcado y claro. No es comida rápida pero se acaba demasiado pronto: J no está acostumbrado a escuchar discos de Calamaro con solo diez canciones. Y J que no sabe si irse a dormir o volver a escuchar Bohemio. Porque el disco permite ese apetito de reescucha. Lo bueno breve, o algo así. Gana el eterno retorno: suenan las guitarras y la voz de Calamaro: “Cuales fueron tus últimas palabras”… Gracias.


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